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viernes, 7 de octubre de 2011

Ciencia y Política: Un dúo complejo


Por Esteban Morales

Estado, política y Ciencia (Academia) representan una trilogía de actores que, en nuestra sociedad, deben actuar muy coordinadamente, de lo contrario se estarían sacrificando los intereses estratégicos del desarrollo social.

Tal trilogía puede ser sintetizada de manera esencial en las relaciones entre política y ciencia. Un viejo dilema ya planteado por Snow, en su famoso ensayo “El político y el científico”.

Este dilema toma su personificación en dos tipos de actores, el profesional de la política y el científico, con funciones sociales que no pocas veces se contraponen, pero que a fin de cuentas, dentro de nuestra sociedad, se complementan. Solo que esa complementación no es automática y para arribar a ella hay que decursar un difícil camino, plagado de incomprensiones mutuas, obstáculos, actitudes de ordeno y mando e intereses con frecuencia no coincidentes. De lo contrario, la relación, insoslayable, tiende solo a darse a través de la competencia de intereses. Lo que no correspondería a una sociedad como a la que aspiramos en la Cuba actual, dentro de la cual queremos que prime la cooperación en el trabajo político y el verdadero avance de la ciencia.
 A diferencia de lo que ocurre entre los llamados Policymaking y los científicos de la política en otras latitudes, por ejemplo, en los Estados Unidos.
POLÍTICA Y CIENCIA
La política, no es más que, en esencia, el ejercicio del poder, por lo que las relaciones entre política y ciencia no se nos van a presentar de manera directa, sino mediadas por el poder. Siendo este ultimo, en esencia, la capacidad de grupos, instituciones o personas para hacer valer sus intereses. Estos últimos vienen determinados por múltiples factores, que a veces se contradicen, aun y cuando, en tendencia, se pueda pensar en la sociedad cubana como una gran comunidad de intereses y propósitos.

Las ciencias, por su parte y en particular, entre ellas las ciencias sociales y humanísticas, como las mas cercanas a la política y al ejercicio del poder, deben entendérsele como un tipo de actividad humana, que forma parte de los procesos de producción típicos de las sociedades modernas, las que se caracterizan por la creación, difusión y aplicación de conocimientos. Mucho mas ahora que nunca antes, cuando se habla incluso de la sociedad del conocimiento.

Más que ello, las ciencias sociales y humanísticas y la ciencia en general, tienen que ser concebidas también como fenómenos de la cultura. Lo cual significa situarlas en conexión directa con la totalidad del entorno social en que estas se desenvuelven.

Las ciencias sociales y humanísticas en particular, pertenecen a un tipo de actividad diferente de la política, aunque se encuentran en estrecha y objetiva interacción. Lo cual se hace mas complejo, cuando entendemos que, en determinadas circunstancias, la ciencia puede traer aparejado también (de hecho lo es) una forma de ejercicio del poder. Situación a la cual no prestaremos atención ahora en este breve ensayo. Aunque se trata de un asunto que está presente querámoslo o no y soslayarlo puede resultar inconveniente y mas que ello peligroso, política y socialmente hablando.

Las ciencias sociales y humanísticas, a la larga, responden a intereses de clase, pues la misión del científico social es defender los intereses de la clase para la cual trabaja. Lo que no tiene nada que ver con los asuntos de subordinación de la ciencia a la política. Así actúan, incluso, los que piensan que pueden aislarse como en una “Torre de Babel”, dado que no es posible para nada sustraerse a la influencia de la política, pues aun y cuando se quiera hacer caso omiso de ella, ello también deviene en una posición política. Frente a la política, es un absurdo la neutralidad. No hay neutralidad frente a la política: en realidad el apoliticismo no existe, siendo tomar partido una de las primeras posiciones del científico social y humanista, aun y cuando piense que no lo hace.

Es que, en su sentido más amplio, no hay mirada ni lectura inocente: es decir, toda interpretación del mundo, toda forma de conocimiento de lo real, está ineludiblemente impactada por el posicionamiento de clase, la perspectiva política e ideológica, los intereses materiales, los condicionamientos culturales y la subjetividad consciente o inconsciente del intérprete de la realidad en cada momento.

La política, por su parte, está muy enlazada con la coyuntura, por tanto su lenguaje está entroncado a unos códigos que permanecen mucho tiempo y que, en ocasiones, se desfasan del estado real que alcanza el desarrollo de las relaciones dentro de la sociedad.

En medio de tal situación, las ciencias sociales y humanísticas entonces pueden ayudar mucho a buscar alternativas, nuevos lenguajes y códigos, para en función de los objetivos estratégicos, sacar a la política del atolladero. Aunque ello no es tan sencillo como pudiera parecer, pues lo anterior solo se logra a través de un largo camino de enfrentamientos, contradicciones y cursos de acción alternativos.

Es que la política no sólo se regula por ideales científicos, sino también por ideales de conciencia cotidiana, de otro nivel de reflexión y por las percepciones políticas. Aunque las reflexiones científicas aportadas por las ciencias sociales y humanísticas son fundamentales para asumir decisiones acertadas sobre la sociedad y la política, no siempre tales reflexiones científicas hayan su lugar dentro de la política práctica, dado que al frente de esta última está el poder, que siempre actúa con el celo propio del lugar y la responsabilidad que le corresponde. Con la tendencia innata en los políticos, de siempre considerar a los científicos como menos responsables, situación a la cual, los mismos científicos no pocas veces contribuyen.

Pero los errores que a veces se cometen al identificar el lenguaje político y el de las ciencias sociales, tienen que ser evitados. Tampoco se deben introducir los criterios políticos como criterios valorativos y de veracidad en el análisis científico, a lo cual también no pocas veces los científicos contribuyen, esgrimiendo los criterios políticos como criterios de autoridad en la ciencia.

No está excluida ni es ilógica la posibilidad de que la ciencia halle confirmación en la política, pero más importante es que la política tenga su fundamento en la ciencia.

En definitiva, ciencia y política no tienen por qué enfrentarse competitivamente, si ambas actúan mirándose de frente, y según sus campos correspondientes de acción. Sin embargo, es la política la que más obligada está de encontrar sus fundamentos en la ciencia y no la ciencia en la política, aunque ello también sea necesario como criterio para medir la utilidad del trabajo científico.

Por eso es tan importante defender las diferencias entre ciencias sociales y humanísticas y política, así como su mutua interdependencia. La relativa independencia entre ambas parece ser fundamental: una vez que emerge la ciencia, la política, para continuar avanzando, no puede prescindir de ella.

La política es muy anterior a las ciencias sociales y humanísticas. Pero cuando estas últimas nacieron, a la política le llego un potencial apoyo para convertirse ella misma en una ciencia, siendo ése uno de los aportes más importantes de Carlos Marx a la teoría social: su concepto de Ciencia Política.

Aun y cuando, como ya dijimos, entre ciencia y política se interpone el poder, seria absurdo que en una sociedad como la cubana permitiésemos que esas contradicciones se manifestasen de manera negativa; lo que es necesario, más bien, es que esas interposiciones y contradicciones objetivas, sean esgrimidas como fuentes del desarrollo de una dirección científica de la sociedad cubana actual.

De nuevo sobre las relaciones entre política y ciencia.

Dentro del universo en que vivimos, nada sobra. Si política y ciencias sociales fueran una misma cosa, una de las dos estaría de más. Si ambas existen, es porque poseen personalidad propia, para ocupar un lugar y desempeñar sus funciones especificas en el contexto de la dinámica social: “Entonces las ciencias sociales y humanísticas no pueden ser simples sistemas explicativos de fenómenos o hechos ocurridos”.

Las ciencias sociales y humanísticas deben existir y operar sobre la base de criterios independientes, que pueden o no coincidir con la política, pues la configuración de los objetos empíricos en las ciencias sociales y su forma de interpretación teórica, no pueden ser otra manera de existencia del lenguaje corriente de la política. En Cuba hemos avanzado en ese campo, pero debemos avanzar aun más e impedir a toda costa que aparezcan imposiciones de “ordeno y mando”.

Debemos evitar por todos los medios, además, que la política sea un simple espejo en el cual reflejar a las ciencias sociales y humanísticas. Estas ultimas no necesitan de ello y mucho menos la política, la que de ese modo entonces establecería una relación acrítica e incestuosa con la ciencia. Mas bien la política necesita que las ciencias sociales y humanísticas sean un cuerpo independiente de pensamiento, que responda por sus propias vías a las necesidades e intereses históricos de la clase que defiende la política; no simplemente para justificarla, sino para enriquecerla [1]. Cuando este principio básico no es respetado, no existe el contrapeso necesario y todos sin remedio se equivocan.

Es que las ciencias sociales deben tratar de desarrollar pronósticos y predecir el futuro, lo que para el caso de Cuba, sobre todo en su situación actual, es cuestión de vida o muerte. Por ello se exige del científico preparación profunda, seriedad, honestidad científica, pero también valentía política, para no dejarse imponer los designios de la política, sino participar directamente y con voz propia en su construcción.

No puede haber actividad científica subordinada de manera simple a la coyuntura política, a las necesidades políticas, aun y cuando las ciencias sociales tienen que contribuir al trabajo en medio de las coyunturas. En realidad, seguir las coyunturas es más bien una función de los aparatos de análisis de los Organismos del Estado y del Gobierno, los que se deben apoyar en las ciencias sociales, pero no traspasándoles una función que no les corresponde, por cuanto el papel de las ciencias sociales es más bien proyectar socialmente, ir más allá de la coyuntura política, sobre la base de que ciencia que no predice, no es ciencia.

Se trata, pues, de ir al fondo de los problemas y esclarecerlos, con independencia de cualquier determinación política o social en boga, dentro de un momento realmente determinado, sin dejarse atrapar por las coyunturas ni las soluciones de corto plazo.

La historia se construye de coyunturas, que se solapan en el tiempo, particularizando los momentos y dejando también saldos, sedimentos, que se proyectan en el futuro, influyendo en el comportamiento de los posteriores acontecimientos. Pero las ciencias sociales, por las misma razones antes apuntadas, deben proyectarse prestando atención a los saldos y sedimentos que deja la coyuntura, sin diluirse en los acontecimientos de corto plazo. De no hacerlo así, las ciencias sociales perderían su carácter proyectivo, su sentido estratégico y sus potencialidades de pronosticación, que seria perder su carácter de ciencias y no estar en condiciones de servir a la política.

Es también muy frecuente el error de considerar que las ciencias sociales tienen que ser facturadas por la política, para estar en condiciones de ser consumidas por el resto de la sociedad. Ello se expresa claramente en que, aun dentro de un proceso de comprensión del papel que deben desempeñar las ciencias sociales, la política frecuentemente reacciona con tendencia a monopolizarlas, facturándolas continuamente, como si la política fuera el único destinatario de las ciencias sociales.

Algunos científicos se dejan facturar, mientras que otros se resisten, defendiendo el papel relativamente independiente de las ciencias sociales, conflicto que solo tiene solución sobre la base de la mutua comprensión por ambos sectores sociales, del papel que corresponde a la política y el que toca a la ciencia. Pero sobre todo, de la comprensión de que las ciencias sociales van dirigidas también al individuo, a ellas mismas, la familia, la escuela, los medios de comunicación, entre otros, que las consumen muchas veces, sin que estas tengan que pasar, pasen o ser mediadas por la política [2]. Sería una verdadera tontería que esas esferas de la sociedad se dejasen arrebatar por nadie, los beneficios que les acarrearía mantenerse cercanos a las ciencias sociales, aprovechando sus resultados, todo lo cual desborda en mucho el interés por las ciencias sociales, solo como un objeto utilizable por la política.

Es que las ciencias sociales, además, no pueden sustraerse a la realidad de que dentro de esas actividades que se consumen, a veces estas son también generadoras de conocimientos científicos. Dado que, al menos en Cuba, no es solo dentro de la academia donde pueden generarse conocimientos científicos., todo lo cual es el resultado de la gama de profesionales de las mas disímiles especialidades, que en muchos lugares desempeñan su actividad concreta enfocando sus tareas también con un sentido científico. Asunto este ultimo que de poder generalizarse encierra una potencialidad de inestimable valor para el trabajo científico y para la solución de los problemas sociales.

Todo ello ha llevado a confusiones muy serias entre ciencias sociales y humanísticas, cultura y política, lo cual, durante largo tiempo, trajo como consecuencia que rara vez las ciencias sociales aparecieran como tales en los medios, fenómeno que trae no pocas consecuencias políticas negativas: Por ejemplo, durante mucho tiempo, nuestros científicos sociales y humanísticos, en el exterior, fueron siempre considerados como simples representantes del gobierno y de la política oficial, limitándoles así en su capacidad para representar a la academia cubana y a fin de cuentas, también, representar los intereses del país. En esa situación se ha avanzado, siendo expresión de ello -al menos en la televisión- las “mesas redondas especializadas”, el programa “Orígenes”, “Pasaje a lo desconocido”, y las clases televisadas, entre otros programas. Y dentro del campo científico, la libertad para la investigación y la creación científica en general.

Pero una variante extrema de la relación entre política y ciencia, es también considerar que las ciencias sociales y humanísticas, sus métodos y procedimientos tienen que estar divorciados de la política y de la influencia del momento. Aun y cuando las ciencias sociales tienen que llegar a sus propias conclusiones, por sus propios medios, incluso, con independencia de que puedan entrar en contradicción con la política presente, ello no significa que sus métodos y procedimientos de trabajo tengan que estar divorciados de la política ni de sus coyunturas, pues se trata de la independencia de las ciencias sociales y humanísticas, no de su divorcio de la política, dado que como mejor contribuyen a la política estas últimas, es siendo independientes, por lo que se trata de una independencia relativa y no absoluta de la política y sus coyunturas.

Es que el pensamiento científico, no puede estar subordinado a la coyuntura política, ni a la política misma, porque entonces tienden, oportunistamente, a encontrar las soluciones que más acomodan a la política, perdiendo su capacidad de hallar las alternativas necesarias por si la política falla o debe cambiar. Debemos partir, pues, de que la mejor política es aquella que desde el momento de su aplicación, ya debemos comenzar a pensar en como cambiarla, tratándose de una dialéctica cuya comprensión es indispensable: ninguna política es eterna, como no lo es tampoco la situación que la generó.

También debemos tener mucho cuidado, porque la palabra divorcio, tiende a introducir el criterio de la ciencia por si misma, lo cual no existe, porque en la cultura moderna, actúa muy fuerte la conciencia política como parte de la conciencia social. Es que ningún científico social, de ninguna esfera, puede abstraerse de la política y de sus coyunturas, pues estas permean toda la actividad humana y a todo el pensamiento social.

Negar esas realidades, sobre todo en esferas donde predomina la subjetividad, no es consecuente y es por demás una posición política. Paradójicamente, la política puede encontrar oposición de la clase que debe representarla y a salir de ese atolladero solo le pueden ayudar las ciencias sociales, buscando alternativas que no contradigan las proyecciones estratégicas. Pues imponer políticas, siempre será peor que esperar por otras soluciones, no obstante ser éste también un facilismo al que se apela con frecuencia.

Es muy sintomático que en periodos de coyunturas críticas, como lo es ahora, la política se lance rápidamente buscando el auxilio de las ciencias sociales.
Lo anterior es cierto, se ha repetido como una constante, desde que el compañero Fidel Castro fundó los Equipos de Investigaciones Económicas, en la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana en 1964, o por ejemplo cuando se hicieron los trabajos para formalizar matrimonios en la Cienaga de Zapata en los años sesenta. Sin embargo, ahora el proceso de acercamiento a las ciencias sociales que se viene produciendo, tiene un carácter mucho más profundo y diríamos sistémico, de urgencia, respondiendo -consideramos- no sólo a las necesidades actuales, sino más que ello, al grado de madurez alcanzado, la comprensión que han ganado tanto los científicos sociales, pero sobre todo los políticos, sobre la necesidad de trabajar juntos, así como de las exigencias que los cambios actuales reclaman.
La importancia de la teoría.
No es difícil en un país como el nuestro, escuchar aun frecuentes diatribas en contra de la teoría. Me pregunto de que modo podremos llegar a ser un “país de hombres de ciencia”, si menospreciamos la teoría; de qué modo, además, podríamos llegar a tener una “cultura general e integral”. Hasta que sea superada esa disfuncionalidad cultural, no seremos un país realmente culto. Es el precio a pagar, aún, por tantos años de subdesarrollo, a pesar de todo lo que se ha avanzado, a pesar de lo tempranamente que Fidel dijo “el futuro de nuestro país debe ser un futuro de hombres de ciencia”.

Científicamente hablando, siempre será más importante hallar el camino del conocimiento, que el conocimiento mismo, aunque se trata de procesos que no pueden ser separados. Es que la ciencia, entre otras de sus funciones vitales, debe ser capaz de construir modelos de interpretación, siendo ese precisamente su principal papel. La ciencia no puede ser una bitácora de hechos recogidos al azar, que no indiquen ningún camino para la interpretación de la realidad y su proyección futura.

A pesar de complementarse, existen diferencias básicas entre la  teoría de las ciencias sociales académicas y la práctica política. El asunto es que debemos distinguir entre el especialista que busca lograr una comprensión teórica de los fenómenos y formular generalizaciones acerca del comportamiento político, basándose en un alto nivel de probabilidad, y el encargado de tomar decisiones, que tiene que elegir un curso de acción inmediato. Es que el encargado de trazar políticas se preocupa por los detalles sutiles de los valores, las fuerzas y las preferencias políticas que operan en una situación particular en toda su realidad existencial, más que por la abstracción o la probabilidad, mientras que el teórico social quiere concentrarse primordialmente en aquellos elementos comunes a muchas situaciones. El encargado de trazar política, invariablemente, quiere información detallada acerca de aquellos elementos que son únicos respecto al curso que tiene entre las manos.

Los énfasis están determinados, por la posición de cada uno ante la realidad, sobre todo, en cuanto a las urgencias con que deben operar dentro de ella. El político, mas apresurado por dar respuesta a la coyuntura; el científico con más relativo tiempo para el análisis y acicateado por el necesario desarrollo de la ciencia. Estos énfasis -del científico y el político profesional- no alteran la necesidad de que cada uno intente apreciar las modalidades de conocimiento que son peculiares en ambos, pues ninguno puede permitirse el lujo de desestimar el conocimiento generalizado o particularizado. Ninguno de los dos puede operar olvidándose del otro, pues ambos se complementan objetivamente, es decir, al margen de sus mutuas voluntades.

Los teóricos académicos apuntan hacia la comprensión de los fenómenos; los políticos prácticos deben elegir cursos de acción. Los primeros intentan prescindir de los acontecimientos de todos los días, los segundos no pueden hacerlo. Al teórico le urge buscar no ya lo excepcional, sino lo general y sacrificar las descripciones detalladas del caso aislado, en favor de los modelos más amplios y abstractos que abarquen muchos casos. El teórico, además, debe estar dispuesto a tolerar la ambigüedad y a enfrentarse con probabilidades más que con certidumbres absolutas.

Se debe dar rienda suelta a la imaginación, para tratar con ideas poco comunes, incluso a veces parecer absurdas, que nos puedan llevar a reflexiones sobre asuntos antes impensados, estando siempre dispuestos a la aceptación de que podemos estar equivocados. Entonces, al adentrarnos en la  teoría, esta debiera permitirnos predecir algunas cosas, al menos, ayudándonos también a llegar a ciertos juicios de valor.

“Una  teoría, tal y como la concebimos, será entonces una herramienta intelectual, que nos ayuda a organizar nuestro conocimiento formular preguntas significativas y guiar la formulación de prioridades en la investigación, tanto como en la selección de métodos para llevar adelante la investigación de manera fructífera”. ( Dougherty- Sfaltzgarff. P.26).
Esta  teoría, por supuesto, estaría en capacidad de suministrar un marco para evaluar las recomendaciones políticas explícitas o implícitas, que abundan en todas las ciencias sociales y humanísticas.

A partir de la filosofía de la ciencia, una  teoría también se define como una construcción simbólica, una serie de hipótesis interrelacionadas, definiciones, leyes, teoremas, axiomas, variables y constantes; planteándose un enfoque sistemático de los fenómenos y presentándonos una serie de proposiciones o hipótesis que especifican las relaciones entre variables y constantes, a fin de presentar explicaciones y hacer predicciones acerca de los fenómenos.  Por supuesto, las ciencias matemáticas servirían aquí de instrumentos, no de simple pincel de representación, sino para operar con ellas, sobre la base de descubrir en el objeto de estudio seleccionado, los algoritmos y relaciones, biunívocas o no, que nos permitan trazar el modelo de la investigación, elaborar las hipótesis y arribar a conclusiones.

A continuación, a modo de ilustración sintetizamos un posible ejemplo.
La Teoría o Modelo del Conflicto Cuba-Estados Unidos, en los umbrales del XXI.

Un ejemplo típico de estas conceptualizaciones, lo tenemos en el “Proceso de Modelación del Conflicto Cuba- Estados Unidos”. [3]

Veamos:

Contexto Internacional.
Circunstancia concreta que da sentido histórico al modelo.

Determinada por:
- Derrumbe del Campo Socialista y de la URSS.
- Fin de la Confrontación Este-Oeste.
- Tránsito de Estados Unidos a la posición de potencia Hegemónica a nivel mundial.

Escenarios del Conflicto Cuba-Estados Unidos.
Marcos más específicos, dentro de los cuales se diseñan las políticas.

-Realidad Interna Cubana.
-Realidad Interna Norteamericana.
-Realidad Internacional.
    -Entorno global.
    -Entorno inmediato al conflicto.

Variables del Conflicto.
Micro escenarios o subsistemas de contradicciones especificas.

Pc- Perspectivas del Conflicto. (Variable dependiente).
Dsi- Dinámica de la situación interna cubana.
Ki- Correlación congresional en la política hacia Cuba.
Tb- Transnacionalización del bloqueo.
Le- Lobby económico.
Ac-Apoyo de la extrema derecha cubano-americana a la política contra Cuba.
Ai- Agresividad informativa contra cuba.
Rtb-Resistencia al proceso de transnacionalización del bloqueo.
N- Negociación internacional de una variante única de política para subvertir a Cuba.
B- Efecto administración.
Por lo cual, el modelo, se nos presenta del modo siguiente:
Hipótesis del Modelo.
Pc = f (Dsi, Ki, Tb, Le, Ac, Ai, Rtb, N, B)

Es decir, resulta un modelo matemático no lineal, en que la Perspectiva del conflicto (Pc) en una función de todas las variables independientes diseñadas. [4]

Notas:

[1]  Para ampliar, ver: Esteban Morales, Revista Marx Ahora No. 13. La Habana. Pp. 143-156

[2] La valentía del científico social, para reclamar este lugar, no siempre entendido por algunos  políticos, es de vital importancia, si realmente  el científico quiere desempeñar la función que le corresponde.
Septiembre 19 del 2011.

[3] Para ampliar ver: Esteban Morales, “Una Alternativa de Modelación del Conflicto Cuba-Estados Unidos, en  los Umbrales del Siglo XXI “, Revista Iberoamérica, No.4, 2006,  Moscú, Rusia.

[4] Para ampliar, ver: Esteban Morales, Revista ISRI,  No. 7 enero- julio del 2007, La Habana,  pp. 79-106.

Septiembre 19 del 2011.