Esteban
Morales Domínguez.
UNEAC
Cuando
somos capaces de celebrar un Congreso de la UNEAC como el que hemos
hecho, estamos dándole al país una herramienta de valor
incalculable para la defensa de nuestra soberanía e independencia.
Estamos
poniendo en manos de los intelectuales revolucionarios el arma más
poderosa para el desarrollo y la defensa de nuestra cultura. Lo
contrario no posee valor alguno y se vuelve contra nosotros mismos.
Las verdades se pasearon por el Congreso. No podía ser de otro modo.
La
cultura es un sistema, en el que ninguna de sus partes es
sustituible. Nadie puede hacer por el otro, lo que a ese le
corresponde. Se trataría de una mesa imperfecta, que nunca podría
tenerse en pie.
Por
eso, el arte y su enseñanza, plástica, música, escultura,
literatura, ciencias sociales y humanísticas, medios audiovisuales,
radio, cine y televisión, deben marchar al unísono, para que la
cultura como un todo, realmente pueda ser un arma de la creación y
defensa de nuestra identidad nacional. Que no son otra cosa, que la
defensa de la patria su soberanía y la independencia. Siendo esa
integralidad, cultural y geográficamente, la que nos hace
invencibles. La cultura cubana es una sola.
La
fuerza más grande desplegada por el Congreso, se expresó en que
nadie marchó por su lado, como se dice “halando la braza hacia su
sardina”, sino como un todo marchamos, dejando de ser uno para ser
todos al mismo tiempo. Nadie pensó en sí mismo; todos pensamos y
actuamos con la vista puesta en los demás. La fraternidad,
solidaridad, la amistad, el desprendimiento personal, la identidad
que nos une, fortalecieron la integralidad de nuestra cultura. No
puede ser de otro modo y estamos muy conscientes de ello.
Nuestra
lucha es a pensamiento, inteligencia y solidaridad entre nosotros. No
podríamos ganar las batallas de otra manera.
El
enemigo que tenemos frente a nosotros es implacable, soberbio,
poderoso, criminal, despiadado, vengativo; no nos va a perdonar que
existamos, que no obedezcamos sus órdenes, sus amenazas y las
aspiraciones de volver a convertirnos en una especie de protectorado.
Pero
nuestro enemigo principal, tal vez no sabe que lleva en sus entrañas
el arma principal, con que ya lo hemos derrotado y lo derrotaríamos
una vez más: el pueblo de Estados Unidos. Es dentro de ese pueblo
trabajador y no pocas veces muy generoso, donde está la clave de su
derrota. Nuestra
intelectualidad debe continuar moviendo a ese pueblo, coordinando
intereses, intercambiando ideas, proyectos, aspiraciones,
sentimientos, en fin, cultura.
Cuando
visité Estados Unidos por vez primera en 1977, no se hablaba de Cuba
y toda la información que entraba sobre nuestro país, lo hacía
solo por los canales de la derecha. Las mercenarias emisoras plagaban
de mentiras el ambiente, las bandas contrarrevolucionarias gozaban de
todos los privilegios. El negocio de la contrarrevolución, que nunca
fue cubana, disponía de todo el dinero para tratar de aplastarnos.
Pocos
años después trabajando muy duro, comenzaba a emerger una masa
crítica intelectual y política que, en correspondencia con la
historia de convivencia entre ambas naciones, se informada poco a
poco de lo que realmente ocurría en Cuba, y comenzaba a preguntarse.
¿Por qué tenían que irse a las manos con sus históricos vecinos?
¿Por qué debíamos morir en una playa, en nombre de qué o de
quién? ¿Por qué aplastar aquella Isla, con la que habían
compartido tanta historia?
Y
así comenzó, durante los años 80, un periodo que inició un viraje
de las cosas en otro sentido. Hasta que Obama más inteligente,
aunque también más finamente imperialista, llegó a la conclusión
de que la forma de traer a Cuba al lado de Estados Unidos nuevamente,
no podía ser la fuerza. Debía ser el abrazo.
Pero
nuestro archipiélago, pueblo inteligente y valiente al fin, integral
en su cultura, comprendió muy bien el momento.
A
partir de finales de los setenta no desaprovechó la oportunidad,
sabiendo que la guerra se gana cuando es posible penetrar en las
trincheras del enemigo. Así lo hicimos, muchos académicos,
familiares, ansiosos negociantes, políticos aspiracionistas, algunos
sinceros, pero todos haciendo, a veces sin percatarse, una jugada de
acercamiento que al pasar de los años, nos permitiría determinar,
donde de verdad estaban los enemigos y dónde los potenciales
aliados. Descubrimos tantos aliados y también tantos amigos, que
han hecho mermar considerablemente las fuerzas de quienes siempre nos
han querido destruir.
La
imagen de Cuba dentro de Estados Unidos y la de nuestros líderes
también comenzó a cambiar. Fidel dejó de ser el monstruo con las
barbas llenas de sangre y un niño en la boca. Se comenzó a pensar
en Cuba a veces, hasta en términos de oportunidades económicas y
científicas.
Hoy
esa imagen no tiene vuelta atrás, pues los cambios generacionales
dentro de la llamada comunidad cubana, han contribuido a afianzarla.
Hoy en los Estados Unidos existe una masa de gente interesada en
acercarse a Cuba, incluso buscando sus orígenes. Pero
al mismo tiempo, la peligrosidad es hoy mayor, porque el enemigo
como alguna vez dijimos, ha perdido las esperanzas en los
instrumentos pacíficos de subversión y se lanza hacia la
utilización de los más agresivos, incluyendo los militares.
Por
eso hoy más que nunca, necesitamos todas nuestras fuerzas
intelectuales y políticas, para revitalizar los instrumentos que ya
probaron su efectividad para derrotarlos.
Mientras Donald Trump exista,
el peligro es latente y con las peores variantes a utilizar. No
podemos descuidarnos. Debemos prepararnos para lo que venga, que
pudiera ser lo peor. Porque haber perdido las esperanzas en los
viejos métodos, los puede conminar a tratar de hacer cualquier cosa
contra nosotros. La escalada de agresiones no ha terminado, las
intenciones de agredirnos están sobre la mesa. La capacidad de
hacerlo puede que haya disminuido, pero aun es más que suficiente
para intentar destruir todo a su alrededor.
Junio
3 del 2019.