Esteban
Morales Domínguez
UNEAC.
UNEAC.
ALGUNOS ANTECEDENTES. -
Cuba era un país racista
antes de 1959, como herencia del régimen colonial esclavista
implantado por España hasta finales del siglo XIX. El racismo se
fortaleció bajo la intervención de Estados Unidos en la isla
durante los primeros años finales del siglo XIX y primeros del XX.
Impulsado por los gobiernos republicanos y dictatoriales que
gobernaron al país.
La revolución que triunfa en
1959, heredó por lo tanto ese problema como uno de los más
complejos de la sociedad cubana y a pesar de la amplitud de la
política social que se ha llevado a cabo durante más de cincuenta
años, los negros y mestizos aún están en desventaja con los
blancos en muchos aspectos y persisten manifestaciones de
estereotipos, prejuicios, racismo y discriminación racial, en una
parte de la población cubana.
La sociedad cubana, con una
proporción importante de sus habitantes negros y mestizos, chinos,
estaba integrada, hasta el año 1959, por un minoritario sector
económico poderoso, una exigua clase media y una gran masa de
trabajadores y campesinos pobres de todos los colores.
Los negros y mestizos,
ocupaban las peores posiciones en la sociedad, con posterioridad los
chinos; eran los de menor acceso a la riqueza y los de más bajo
nivel de vida. Los negros en particular, integraban la masa de los
más pobres, desatendidos y más discriminados socialmente y por el
color de la piel.
Hasta
mediados de los años ochenta del siglo pasado, el problema racial
fue casi siempre abordado bajo el temor de provocar una división
social, eludiendo el análisis de sus componentes, lo que no ha
permitido resolver el racismo existente y fortalecer
consecuentemente, la identidad cultural y nacional.
Por
estas y otras razones históricas, se encuentran hoy personas en
Cuba, que no desean escuchar y hablar sobre el tema. Históricamente,
raza y unidad de todos los cubanos, han formado una dinámica muy
negativa, que ha retrasado el tratamiento del racismo, como un asunto
que la sociedad debe solucionar; diríase, por miedo a que ello
afecte la unidad de todos los cubanos, ante las necesidades de
supervivencia de la nación. En medio de todas las encrucijadas que
esta ha tenido que atravesar por las agresiones que ha debido sufrir.
Ya en marzo de 1959, Fidel
Castro, abordaba el problema del racismo, calificándolo como una
lacra a extirpar del cuerpo de la sociedad cubana. Sus varios
discursos de marzo de 1959, ya reclamaban justicia para los negros y
mestizos, sobre todo, en el plano laboral, pero también en el social
y cultural. Sus planteamientos provocaron preocupaciones en algunos y
alegrías en otros. Para los negros y mestizos representaron la
esperanza de que el asunto comenzaría a solucionarse, pero para no
pocos casos, fue uno de los motivos para abandonar el país,
previendo el proceso de radicalización de la revolución. Ello
evidenció la sensibilidad de un problema, para el cual, al parecer,
una buena parte de la sociedad cubana de entonces, no estaba
preparada para lograr asimilarlo.
No obstante, partir de esas
declaraciones, se comenzó a producir un cambio político sustancial,
para la población pobre de Cuba y dentro de ella, para los negros y
mestizos. Se crearon oportunidades de todo tipo nunca antes conocidas
por ese sector de la sociedad: trabajo, educación y salud gratuitos;
un amplio sistema de seguridad social y mejora de las condiciones
materiales de vida. Por primera vez de modo masivo, los negros
aparecieron en todos los sectores laborales y pudieron acceder a las
universidades y demás centros de estudio. Algunos desempeñaron
cargos estatales y pudieron participar en general en la vida social,
económica, política y cultural del país como nunca antes había
tenido lugar.
A pesar de desarrollar una
política social de altísimo contenido humanista, existían
problemas que limitaban el aprovechamiento de las oportunidades que
la revolución abría a los negros y mestizos: la pobreza también
había sido masivamente blanca, pero la riqueza nunca había sido
negra y los puntos de partida históricos de blancos negros y
mestizos eran muy diferentes, lo que ponía ese grupo en desventaja
para alcanzar las oportunidades que la política social brindaba.
El color de la piel, por
tanto, continuaba operando como una sólida variable de
diferenciación social, que, con independencia de la existencia o no
del racismo, agravaba en última instancia, la situación de negros y
mestizos. Esas diferencias raciales no se tomaron en cuenta al
elaborar la política social. De manera voluntarista se declaró en
1962, que el problema racial estaba resuelto y junto al ambiente
social que comenzó a prevalecer, la política social igualitaria y
las múltiples oportunidades para todos, produjeron una mejoría
considerable de los niveles de vida, también para negros y mestizos.
En medio de esta situación las organizaciones en las que se
agrupaban los negros y mestizos, comenzaron a desaparecer. A partir
de considerar que no eran necesarias, ya que el nuevo estado y la
dirección gubernamental revolucionaria, habían tomado en sus manos
la defensa de los intereses que ellas defendían. Al pasar de los
años se discute si fue correcto que los negros y mestizos decidieran
o aceptaran disolver esas organizaciones y pusieran en manos del
gobierno la lucha por lograr el lugar que les correspondía dentro de
la sociedad cubana.
Se vivió un largo periodo,
dentro del cual, dejó de percibirse por muchos, la cuestión racial
como un problema que frenara el desarrollo social de los negros y
mestizos, como había ocurrido anteriormente. A tal ambiente
contribuyó la creación de organizaciones sociales, políticas y de
masas, en cuyos estatutos no se incluían limitaciones por motivos de
color de la piel.
La declaración de Fidel
Castro en el discurso de clausura del Primer Congreso del Partido
Comunista de Cuba en 1975, en que se proclamó a Cuba como un país
afro latinoamericano, la colaboración médica en África, la
participación de Cuba en la Guerra de liberación en Angola y otros
países Africanos, la creación de escuelas para niños africanos en
la Isla de la Juventud, conjuntamente con las campañas en relación
con la igualdad social, también contribuyeron a un ambiente, en que
la cuestión racial se vio como un asunto en proceso de superación.
Juntos los cubanos, con independencia de su color y procedencia
social, compartían las tareas revolucionarias; comenzaban asistiendo
juntos a los círculos infantiles, a la escuela, a la universidad, a
la preparación militar y juntos compartieron la lucha contra los
ataques terroristas y militares y paramilitares provenientes de
Estados Unidos. Lo cual contribuyó no poco a la cohesión de todos
los cubanos, con independencia del color de la piel, en defensa de
la revolución múltiplemente atacada.
Todo ello tendía a generar
una nueva cultura de colectividad y solidaridad, lo que generó una
situación que contribuyó a dar credibilidad al discurso oficial de
que en Cuba no había problemas raciales, lo cual no quiere decir que
ello fuese totalmente aceptado. Una parte exigua de la
intelectualidad negra, alertaba sobre el hecho de que el problema
racial no había desaparecido, que se continuaba viviendo dentro de
una hegemonía blanca, que el concepto de cultura que se estaba
defendiendo no correspondía aun a lo que los negros y mestizos
debían lograr, pero el ambiente político prevaleciente, no
compartía esas preocupaciones, ni contribuían a su discusión
dentro de la sociedad cubana. Más bien atacaban de que eso
ocurriera.
Muchos ciudadanos, en
particular negros y mestizos, estaban conscientes de que todos los
problemas no estaban resueltos; sin embargo, el nivel alcanzado en la
vida económica, social y política, hasta la primera mitad de los
años ochenta, dibujaban un claro y esperanzador escenario en el que
Cuba se aproximaba a un nivel óptimo de soluciones en todos los
planos de la vida interna. Incluido el de la cuestión racial.
Es decir, el triunfo de la
Revolución en 1959, trajo a parejado también un fuerte proceso de
rescate de la identidad nacional y cultural del país. Que lo
hicieron avanzar hasta un nivel que le permiten hoy enfrentar la
solución de los retos históricos de su identidad caribeña y
latinoamericana.
CUBA Y LAS NACIONES DEL
CARIBE.
Las naciones del Caribe, a
pesar de la voluntad expresa de integrarse, presentan un conjunto de
retos, que van desde los problemas de la falta de complementariedad
de sus economías, las dificultades de transportación, un turismo
que las empuja más hacia la competencia más que a la cooperación,
idiomas diferentes, las conexiones con sus antiguas metrópolis,
control de sus economías por parte de Estados Unidos y otras
potencias imperiales, entre otros.
España durante el siglo XVI
dominaba el Caribe Insular. Pero después lo fue perdiendo, hasta que
le quedaron solo Cuba y Puerto Rico. Estas últimas islas las mantuvo
hasta finales del siglo XIX, cuando ya Estados Unidos, nación
imperial emergente, comenzó a disputárselas definitivamente. Un
continuo batallar entre las intenciones de Estados Unidos por tener a
Cuba, las ansias inglesas por poseerla y las intenciones de España
por mantenerla, caracterizaron todo el siglo VXIII y XIX. Aunque la
partida no fue decidida hasta finales del siglo (1898), en que
Estados Unidos, valiéndose de los más sutiles ardides, se apropió
de ellas, comenzando la aplicación del modelo neocolonial que le
había prediseñado.
Estados Unidos había
formulado
política respecto a Cuba
entre 1805 y 1823, su teoría del “destino manifiesto” y la
“Politica de la Fruta Madura” anticipaban lo que ocurriría
cuando la Isla se independizara de España. Pero Estados Unidos no
estaban dispuestos a esperar tanto, por lo que en no menos de siete
ocasiones, trató de comprar La Isla a España u obtener la autonomía
para ella. La tozudez española lo impidió, aunque Estados Unidos
continuó con su plan de apoderarse de Cuba, arrebatándosela a
España. Pero entonces no estaba en condiciones de hacerlo, pues
ella misma venia consolidándose como nación, cosa que no logró
hasta finales del siglo XVIII.
Cuba estaba muy cerca
geográficamente del nuevo imperio americano emergente y muy lejos de
España e Inglaterra; pero el primero no disponía de flota marítima
para lanzarse a la aventura de apoderarse de Cuba, por lo que,
asediado también en su empeño, por Inglaterra, prefirió
continuar preparando las condiciones.
Hacia 1826, Simón Bolívar
hizo sus intentos de enrolar a Cuba en los procesos independentistas
latinoamericanos, pero la entonces fiel y reformista Isla de Cuba no
estaba preparada para ello. Estados Unidos también se había
preparado provisoriamente, dotando a su llamada “Doctrina de la
Fruta Madura” con un corolario que la complementaba: “mientras
Cuba no fuera de Estados Unidos, no podía ser de mas nadie”. Razón
por la cual, ante la acción bolivariana, Estados Unidos declaró,
alto y fuerte, “que lo que ocurriera en Cuba era como si estuviese
ocurriendo en la boca del Mississippi”. No olvidemos que en el
pensamiento geopolítico dominante de la época, la Isla de
Cuba aparecía como el resultado de la sedimentación de las arenas
del Mississippi en el Golfo de México.
En realidad, Cuba era parte
del Caribe, objetivamente el cual formaba, pero su destino como
nación y la formación de su identidad, quedaron fuertemente
enmarcados dentro de la potencia colonial española, que deseaba
mantenerla eternamente, las fuertes apetencias imperiales de Estados
Unidos y las ansias de Inglaterra, que ya había logrado ocupar parte
del país, entre 1762 y 1763.
En la historia de Cuba, para
esta época, el Caribe solo aparecía en términos de las cosas que
compartía con Cuba, histórica y geográficamente: el sistema
colonial, la plantación, la trata negrera, la esclavitud, la masiva
procedencia de África de su población y ciertos contactos, que la
industria azucarera le hacían compartir con el Caribe Insular más
cercano. Que no son pocas cosas, porque constituyen una plataforma
histórica de identidad común importante. Sin embargo,
políticamente, Cuba quedaba totalmente atada a los designios de las
dos potencias imperiales que la dominaban: España y Estados
Unidos.
Pero a partir de que la
cultura y la identidad nacional cubana comenzaron a perfilarse, hacia
mediados del siglo XIX, todos los rasgos caribeños quedaron
subsumidos dentro de un triángulo de fuerzas formado por la
identidad “blanca” española y la fuerte penetración
norteamericana; sobre todo después de la intervención entre
1898-1902, “diluyéndose” el aporte de la población de origen
africano y con ello, la participación del Caribe en la formación de
la identidad cubana. A este grupo poblacional, prácticamente no les
tocó nada en la distribución del poder que Estados Unidos lideró
entre finales del siglo XIX y principios del XX en Cuba.
Estados Unidos había
comenzado a penetrar en la vida cubana mucho antes de que esta última
quedara liberada de la tutela política española. Hacia mediados
del siglo XIX ya la economía cubana era controlada por Estados
Unidos de un modo que había convertido a la Isla en su neo colonia.
Faltaban nada más que forjar con éxito las presiones políticas,
que harían saltar definitivamente a Cuba a las manos de Estados
Unidos. Esto ocurrió entre 1898 y 1902.Consolidandose poco después.
Es por ello que la identidad
caribeña cubana resultaba sumamente compleja. Algo así como el
componente que no terminaba de emerger, porque las dos identidades
más poderosas, la española y la norteamericana, la mantuvieron
siempre aplastada. Fenómeno
del cual la identidad cubana también tenía que ser rescatada. Pues
ambos componentes (negros) de la identidad cubana, resultaron
víctimas del mismo proceso.
En resumen, son varios y
bastante complejos los procesos que tenían que producirse para
que la identidad caribeña acabase de afianzarse, cuajando como
componente de la identidad cubana.
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Entre el régimen colonial esclavista español y la intervención norteamericana, que no comenzó en 1898, sino mucho antes, dotaron a Cuba de una identidad donde el Caribe aparece solo en el trasfondo negro de la identidad cubana. Dotando a la Isla de una identidad, donde entonces lo caribeño tiende a aparecer subsumido, aplastado.
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El propio cubano, en particular los negros, consideraron siempre al negro caribeño como un individuo de segunda categoría. Una negra o mestiza cubana raramente formaba familia con un negro haitiano o jamaicano; mucho menos una blanca cubana, que apenas lo hacía con un negro cubano. Un blanco cubano no se casaba con una caribeña; en casos raros, lo hacía con una negra cubana. Aunque el caribeño fue paulatinamente asimilado y asimilándose como cubano, se mantenía cierta segmentación. Que no era más que parte de la propia segmentación de los negros y mestizos en Cuba, pero que afectaba de manera especial al llamado antillano.
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Los gobiernos cubanos neocoloniales discriminaban al antillano, ofreciéndoles cierta aceptación solo por la importancia que tenían como brazos para la industria azucarera. Prácticamente durante los primeros 30 años de la república, los obligaban a regresar a sus países de origen, una vez concluidas las labores de la zafra azucarera.
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Los negros antillanos, soportaron siempre las más brutales condiciones de explotación, los peores empleos y salarios, circunstancias de vida, prácticamente equiparables a condiciones de esclavitud. Con ellos las condiciones del trabajo esclavo, prácticamente se mantuvieron hasta bien entrado el siglo XX. Situaciones perfectamente visibles en las provincias de Camagüey y Oriente. También en Matanzas.
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En términos de identidad caribeña, creo que Cuba es el país menos caribeño de todo el Caribe. Del mismo modo en que resulta el país menos latinoamericano de toda América Latina. Eso obedece a que el componente indígena apenas sobrevivió, España mantuvo la esclavitud del negro mas allá de lo concebible y la intervención norteamericana aplastó la formación de una identidad que quedara integrada de manera equilibrada por todos sus componentes.
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Lo que existe en Cuba, en especial después del triunfo de la revolución de 1959, es la voluntad política de ser latinoamericanos y de ser caribeños, pero las condiciones bajo las cuales se forjó nuestra identidad contradicen nuestra pertenencia al Caribe y a América Latina. Tales identidades tienen que ser aun forjadas, pues la realidad histórica de la colonización y la intervención norteamericana la agreden. Y la han atacado siempre.
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La conciencia que tiene hoy el cubano de ser caribeño, funciona como un cierto espejismo, que no se identifica directamente con costumbres, realidades, sentimientos, ni casi con expresiones concretas. Sino más bien con una voluntad de serlo. Porque se intuye que lo somos, pero sin mucha capacidad de señalar hacia nada que nos lo concrete definitivamente. Algo que se ha venido fortaleciendo, en cierta medida, para el caso de la música.
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En medio de esa situación, el tratamiento dado durante muchos años a la cuestión racial, que llega hasta nuestros días, ha perjudicado mucho la conciencia de ser caribeños, pues aun no queda claro ni qué es la conciencia racial cubana propiamente dicha. Aun la definición de nuestra propia identidad racial, se debate en medio del racismo y la discriminación racial todavía existente. El negro fue siempre y ha sido el ingrediente de nuestra identidad nacional, precisamente más negado y excluido.
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Uno de los máximos y más destacados esfuerzos, durante los años de revolución, se ha realizado en Santiago de Cuba, que, si cuenta con un Centro de Estudios del Caribe, una revista y un festival anual. Pero no resulta suficiente, pues no se trata de algo que abarca a todo el país. Bajo la cobertura de reconocer que Santiago es la ciudad más caribeña de Cuba, por su cercanía al Caribe Insular, aunque el resto de la Isla, vegeta en ciertos marcos de la desatención del tema.
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Existe también El Centro de Estudios del Caribe en Casa de La Américas. Con una destacada labor en el ámbito latinoamericano y caribeño. Dirigido hasta hace poco por la Dra. Yolanda Wood.
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Otro esfuerzo importante es el de Rigoberto López, con su Muestra de Cine del Caribe y africano, junto a los eventos que cada cierto tiempo desarrolla. El resto de los cineastas, apenas aparecen en estas actividades. Como si el interés cultural, cinematográfico, así como la conexión África-Caribe, pudiera ser un acto aislado.
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Se han producido pocos libros sobre el Caribe, pocos artículos y los eventos científicos sobre el tema escasean. En los Festivales nacionales de Ballet, salvo por la presencia de Cuba, El Caribe apenas aparece. Los festivales de música caribeña están casi ausentes. La música caribeña, con excepción de la Steel Band y cierta música procedente del Caribe continental, apenas se escucha o comercializa en Cuba. Solo recientemente se hacen esfuerzos al respecto.
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La cultura del Caribe en Cuba es desconocida y no es ampliamente promovida. Pero es que la africana tampoco lo es suficientemente como tal. De qué modo se puede generar la actitud hacia el Caribe que se necesita para integrarnos, si el Caribe apenas se conoce en Cuba. Existiendo solo una conciencia elemental, no fundamentada ni alimentada, de que Cuba es una Isla del Caribe.
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Solo Puerto Rico es identificado por el cubano común, de manera elemental como parte del Caribe. Y en alguna medida la República Dominicana. Países que por razones históricas han tenido una gran cercanía a Cuba.
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Milagros Martínez en La Universidad de La Habana lidera, junto a la profesora Digna Castañeda, un Grupo de Estudios del Caribe, pero este tampoco logra abarcar todas las necesidades del tema. Ni parece contar con el apoyo institucional necesario. Pues nunca ha podido cuajar en un Centro de Estudios, que de coherencia a los esfuerzos que se hacen. Cayendo el tema caribeño en el mismo nivel de desatención que sufren los estudios raciales en la Universidad y la Educación Superior en general.
Tratándose de temáticas que
ambas entroncan con la cuestión afrodescendiente. Otros temas, como
los estudios europeos, asiáticos, latinoamericanos, incluso
africanos, han tenido mejor suerte dentro de nuestra política
científica nacional.
En realidad, no estamos
haciendo nada nuevo o que simplemente no debamos hacer, si trabajamos
por fortalecer nuestra identidad caribeña, por rescatar lo que nos
une al Caribe, porque se trata de un componente de nuestra propia
identidad que no está concluida ni suficientemente reconocida.
Hace falta realizar esfuerzos
mayores, más reconocidos por el gobierno cubano y más
institucionales, para que el Caribe ocupe en Cuba el lugar que le
corresponde. Defender nuestra identidad caribeña es acercarnos al
vértice histórico que mas inmediatamente nos vincula con África,
con la población afrodescendiente dispersa por el mundo, sobre todo
si entendemos los continuos intentos coloniales, ya históricos,
tanto de España como de Estados Unidos, por des africanizarnos y por
blanquearnos. Entonces, fortalecer ese espíritu dentro del cuerpo de
la nación, es defender el componente de nuestra identidad que nos
peculiariza y que nos hace fuertes para compartir, en igualdad de
condiciones, en particular, con la hispanidad, que siempre fue
hegemónica y que aún se bate por serlo. De lo contrario podemos
continuar siendo la Cuba a que nos empujaron durante siglos: una cuba
supuestamente blanca. Por ser española. Vaya tamaña hipocresía.
En los marcos del Caribe hay
que defender su unidad dentro de la diversidad. Tratándolo como uno
y diverso al mismo tiempo, que es donde radica su fortaleza como
región económica y cultural del mundo. Lo contrario sería permitir
su balcanización, ofreciendo la oportunidad de que las potencias
imperiales, apoyándose en las diferencias que presenta, lo dividan,
evitando que se logre la verdadera integración, que solo será real
y factible si se logra respetando la diversidad caribeña como algo
endógeno y no como un obstáculo a la propia integración. La región
de conjunto posee todos los recursos naturales, de biodiversidad y
humanos, para constituirse en una región, que, junto con América
Latina, devenga en una potencia mundial.
No hay otro modo de
presentarnos ante el mundo, o ante cualquier parte del, que como la
Cuba que lucha aun por fortalecer su verdadera identidad. No se puede
decir que la hayamos ganado aun totalmente, pero el solo hecho de
reclamarla todos los días, en todos los lugares y de todas las
formas posibles, ya nos convierte en lo que verdaderamente debemos
ser: cubanos completos. Mezcla de españoles, africanos, caribeños y
asiáticos.
Por eso, en Cuba luchar contra
los prejuicios raciales, la discriminación y el racismo, es luchar
también por nuestra integridad caribeña, sin la cual la victoria
definitiva sobre el racismo es inconcebible.
Ahora que Cuba presidirá la
CELAC hay que tratar de aunar todos los esfuerzos internos para dotar
a los estudios caribeños, de una plataforma académico-científica;
que permita un avance mayor en el orden del conocimiento del Caribe.
Los acercamientos e intercambios culturales deben proliferar; fundar
un Centro de Estudios del Caribe en La Universidad de La Habana,
cátedras caribeñas en las otras, que, en coordinación con el
existente en Santiago de Cuba, y el de La casa de las Américas,
produzca libros, promueva más el conocimiento de los países que
integran el Caribe. Que promueva la cultura caribeña.
Si de verdad queremos hacer un
buen trabajo, no se trata simplemente de cuatro cubanos o caribeños
brillantes, haciendo magníficos informes en la CELAC, sino de
mucha gente, que las tenemos, generando una amplia producción
intelectual y cultural que apoye una política sistemática sobre el
tema caribeño y su integración. Pues no se trata de simplemente de
generar políticas, por muy brillantes que estas puedan resultar,
porque las políticas, finalmente, se agotan en su propia
ejecución, sino de construir una buena plataforma científica y
cultural, para generarlas continua e incansablemente.
La Habana, agosto del 2017.
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