Esteban Morales Domínguez
UNEAC
Siempre recuerdo el asombro
con que me abordó un compañero muy querido, cuando leyó mi artículo,
donde digo que la contrarrevolución cubana no existe, ni nunca existió. ¿Cómo entender eso, si
siempre hemos hablado de contrarrevolución cubana?
La contrarrevolución también
puede ser legítima. En la misma medida en que una clase desplazada del
poder, por una revolución, se propone recuperarlo, organiza
sus fuerzas, las dota de un programa, un discurso propio, define y
genera liderazgo y como parte de un movimiento político de recuperación
del poder, las pone a trabajar.
Pero en el caso de Cuba la
situación histórica ha sido diferente. A lo largo de la historia, la que pudo ser clase burguesa
nacional se suicidó en varias ocasiones. La primera vez, cuando los ricos
hacendados criollos del occidente, no apoyaron la lucha independentista y
solo comenzaron a hacerlo, cuando se percataron de que España perdía la guerra
frente a las tropas del ejército libertador. Comenzaron entonces a enviar al
frente a sus representantes que
aparecían casi inmediatamente, ostentando grados militares,
sin haber librado un combate. No pocas veces, ello provocó la ira de
Máximo Gómez.
La parte más patriótica y
revolucionaria de esos hacendados, los orientales, con Carlos Manuel de
Céspedes a la cabeza, secundado por Ignacio Agramonte, se
alzaron contra el poder español, pelearon como leones e integraron
el gobierno de la república en armas. Pero sus ingenios eran los más pequeños,
sus producciones azucareras también y la lejanía de la capital los situaba en
desventaja. Pero la que pudo ser burguesía
nacional no logró alcanzar tal categoría y la que tenía el
poder económico para serlo, prefirió adoptar una actitud reformista y más
tarde, ponerse en manos de Estados
Unidos.
Predominaron finalmente los
que no querían ver terminada la esclavitud, no apoyaban que la
lucha independentista llegara al occidente y si algunos aspiraban
a expulsar a España de Cuba, era para liderar el país, amparados en
la intervención norteamericana, como finalmente ocurrió.
No fueron nuestros
verdaderos patriotas, en su inmensa mayoría, los que llegaron a la república y
disfrutaron del poder o de la fracción de poder que el ejército
norteamericano le dejó. Fueron los filo- anexionistas, los esclavistas a
ultranza y los ex autonomistas, los cubanos de siete meses, como
Martí calificaba a muchos de ellos. Resulta muy interesante que el
primer gabinete de Estrada Palma estuvo integrado por figuras provenientes del
autonomismo.
El segundo suicidio tuvo
lugar, cuando esa misma burguesía criolla, ya dentro de la república
controlada por los yanquis, apoyó a la dictadura batistiana hasta sus
últimas consecuencias y se marchó de Cuba una vez derrocada ésta, con la
convicción de que sería por poco tiempo, porque el ejército norteamericano intervendría
en Cuba y le devolvería sus privilegios.
¿Quiénes fueron entonces, los
que lucharon contra la revolución en sus primeros años? No fue la burguesía, fue
Estados Unidos quien organizó la contrarrevolución, la financió y la apoyó
política y materialmente, utilizando a todos aquellos, que estuvieron
dispuestos a combatir contra la revolución.
Es por eso que puede
afirmarse que Estados Unidos organizó a la contrarrevolución, ahogando en
la cuna, las que pudieron haber sido sus aspiraciones legítimas. La
contrarrevolución que emergió entonces, era más bien un
mercenarismo con camuflaje de contrarrevolución. La evidencia más clara
de eso fue la Invasión de Girón de 1961, cuando el supuesto gobierno que desplazaría al
liderazgo revolucionario, estaba acuartelado en Miami, esperando que
lo trajeran a la republiqueta que se fundaría en la Ciénaga de Zapata. Fue
entonces que los hijos de muchos terratenientes, burgueses y oportunistas
vinieron a pelear, porque creían que el
ejército norteamericano les garantizaría el triunfo.
La actividad interna contra
el gobierno revolucionario quedó prácticamente derrotada en 1965, cuando las
bandas armadas que asolaron a los campesinos
en la Cordillera del Escambray, viéndose derrotadas, prefirieron
marchar a Estados Unidos para allá vivir de lo que habían hecho en Cuba,
para restaurar el viejo poder. En realidad fueron simples mercenarios,
entrenados, armados y pagados por
Estados Unidos.
Ahora sus amos han variado la táctica y tratan de ubicar a los continuadores de aquellos, como parte de la llamada sociedad civil. Pero la falta de
legitimidad, ha sido siempre el problema de esta contrarrevolución. Si hasta
1965, la política norteamericana hacia esfuerzos denodados por hacerlos
aparecer como elementos de una guerra civil entre cubanos, ahora, con la
máscara de la sociedad civil, trata de
situarlos como oposición interna al gobierno.
El término de sociedad civil
cubana, ha sido manipulado por los ideólogos de Estados Unidos. Como si en Cuba
se fuese a caer en la trampa de llamarlos como lo que no son.
No debemos tener ningún
complejo al respecto, Cuba tiene una sociedad civil, que no necesita
autocalificarse como tal, pues es más que eso, se trata de la sociedad
revolucionaria, integrada por todas sus organizaciones de
siempre, a las que ahora se suman todas las entidades y organizaciones
sociales que han emergido para enriquecer la solidez y heterogeneidad del
proyecto social de la revolución. No nos dejemos engañar por conceptos
que son legítimos, pero dentro de una fraseología manipulada. Si tenemos
o no una sociedad civil, eso no es lo
más importante, pues somos una sociedad revolucionaria, surgida al calor de una
revolución legitima.
De aquí la insistencia de la
parte norteamericana, por discutir sobre democracia, libertades
civiles y derechos humanos, creyendo que con ello van a dotar a sus
mercenarios contemporáneos de una plataforma ideológica que les
permita participar en la política interna cubana como una fuerza opositora
legitima.
Por eso que puede afirmarse
que la contrarrevolución cubana no existe. Nunca existió. La política
norteamericana la ahogó al nacer. Los que durante todos estos años hasta hoy (
variando ahora su táctica de lucha) han pretendido derrocar o
subvertir el régimen político revolucionario en Cuba, han resultado ser un
grupo de facinerosos, que no pueden ser siquiera llamados
contrarrevolucionarios, porque no merecen esa categoría política, que
les dotaría de un espacio dentro de la sociedad. Terminaron simplemente siendo desde temprano,
lo que aún son hoy, mercenarios liderados por la política estadounidense, a los
cuales Estados Unidos les paga para que apliquen un algoritmo
destructor al régimen revolucionario en Cuba.
No son
contrarrevolucionarios, porque en realidad no son representantes
de ninguna clase desplazada del poder y no tienen nada que recuperar, que les haya
pertenecido. No perdieron nada, lo perdieron otros, que no tuvieron
la valentía ni la inteligencia política para recuperarlo.
Estos de
ahora, están simplemente ganándose el sueldo como mercenarios,
viven de eso, esa es su remuneración por lo que hacen, que no es ninguna
tarea política digna, que les otorgue un espacio en la sociedad cubana.
En realidad, no son parte de ella, de ahí que retornaran a Miami, su cuartel
general, una vez concluidas sus pocas inteligentes
provocaciones pagadas en la reciente VII Cumbre de las Américas.
Obama enfrenta un gran reto
político en las negociaciones que se llevan a cabo, si pretende
continuar engordando a sus representantes en Cuba, para que arrebaten al
liderazgo cubano la conducción de los cambios que hay que hacer en la Isla. No
podrán imponer condiciones para ello y quien pretenda hacerlo continuará
cosechando el fracaso de una política, por demás ya fracasada
y continuarán sufriendo el cerco del
aislamiento que ya se crearon.
La Habana, Abril 23 del 2015
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